dilluns, 19 d’octubre del 2009

La vara de medir

Han pasado diez años. La agrupación socialista de La Llagosta vivía tiempos convulsos. Aquellos momentos de crisis política local, en mayor o menor medida, marcaron a todos los que vivimos aquel periodo.

Se suele decir que los que superan una crisis salen fortalecidos. Cuanto menos a mi me supuso un rápido pero sólido aprendizaje de algunas lecciones.

Aprendí ¡y mucho! Hoy, si os interesa, me referiré a dos temas que recuerdo de aquellos días. Ya os aviso que el artículo me ha quedado un poquito largo.

¿Habéis visto la película de ‘Atrapado en el tiempo’?. Sonaba el despertador y el protagonista, Bill Murray, iniciaba cada día la misma jornada. Irremediablemente, un día y otro. Cada día algo cambiaba, pero cada mañana era el mismo día.

Pues bien, los dos temas que os comentaré, se refieren a comportamientos individuales y colectivos que he visto repetirse a mi alrededor a lo largo de esta década en infinitas ocasiones.

Primer tema. Cómo puede degenerar cualquier discusión.

Imaginemos dos personas o dos grupos que discrepan por un tema. Da igual el motivo. La discusión puede ser vehemente o tranquila, breve o duradera, sin importancia o trascendental. Se puede alcanzar un acuerdo o no.

Si no se sobrepasa una delgada línea, no hay problema.

Pero lamentablemente con frecuencia, con mucha frecuencia, se sobrepasa esa línea. ¡Y de largo!.

Es la línea del ataque personal o del insulto.

De repente uno de los dos bandos, en el acaloramiento de la discusión (o intencionadamente), inicia una frase con el ‘brillante’ discurso de ‘Pero eres tonto o que , no ves ...’ o el otro comenta ‘No digas mentiras, eso que dices no es así, ...’.

A partir de ese momento: ‘click’. Se activa una palanca que provoca un giro irreversible en la discusión.

Ya sólo se habla de Tontos y Mentirosos. La descalificación y el insulto recibido pasan a ser el centro del problema. Mejor dicho, se convierten en el único problema.

Es más, con el paso del tiempo casi todos recordaremos que nos dijimos y cuanto nos herimos. Pero casi nadie recordará por que se discutía. Sólo el insulto, el agravio y la descalificación quedarán vivos en el recuerdo, dejando cicatrices duraderas y difíciles de borrar.

A todos nos ha ocurrido alguna vez. Y también ha ocurrido y está ocurriendo ahora en la política local. Cada vez con más frecuencia en los plenos, en las juntas de portavoces, en los blogs y en las webs encontramos descalificaciones y ataques personales.

En ese terreno de juego no pienso ‘combatir’. Sé que ‘ABSOLUTAMENTE NUNCA’ conduce a ningún resultado positivo para nadie.

Algunos lo aprenderán (o no) con el paso del tiempo.

No hace mucho dije en el pleno: ‘La crítica es siempre positiva’. Me reitero porque lo creo firmemente. Me consta que alguna persona que no se dedica a la política, pero que la sigue y la comenta, le prestó atención.

Pero existe un problema. La frontera que separa la crítica (positiva o negativa) de la descalificación gratuita e innecesaria es, para algunos, muy delgada y difusa. Tan delgada y difusa que ni la ven. Y tan subjetiva que, aunque la vean, se la saltan cada vez que quieren.

En realidad no me preocupa. A pesar de lo que algunos suponen, sigo pensando que en general los ciudadanos tienen un criterio propio que les permite distinguir sobradamente la crítica del ataque.

Y posiblemente, a pesar del espectáculo que supone ese circo, esos mismos ciudadanos comienzan a estar cansados de las luchas a muerte de los gladiadores en la arena del coliseo.

Segundo tema. La vara de medir.

La segunda ‘lección’ me la enseñó un buen amigo. Era entonces compañero del partido. Por motivos personales ya no vive en La Llagosta.

En aquellos momentos tensos en nuestra agrupación era frecuente sacar pecho. Raro era el día que algún compañero no se autocalificara cómo el más socialista entre los socialistas. Y ese argumento por si sólo le cargaba de razones.

Automáticamente mi amigo reaccionaba. Pedía que le mostraran la ‘vara de medir socialistas’. Que se la trajeran. Que le dijeran donde la vendían o donde se podía encontrar.

Aún sigo sin verla.

Hoy, algunos en La Llagosta tienen el gatillo rápido a la hora de calificarnos a los socialistas de mentirosos, repitiéndolo hasta la saciedad. Yo, parafraseando a aquel amigo, les pediría que me enseñaran la ‘vara de medir sinceridad’

Aquellos que se auto atribuyen la exclusividad de la verdad, ¿me pueden decir donde han comprado ’la vara de medir mentirosos’?.

¿Alguien me puede indicar que Dios o que carrera universitaria otorga esa ‘vara de la verdad’ que todos creemos poseer, pero que nadie me ha sabido enseñar?

Es duro aceptar que no poseemos el privilegio de la verdad absoluta. Ante la discrepancia, la opinión contraria o la posición diferente es difícil razonar y argumentar, pero muy fácil y cómodo calificar a los demás de mentirosos.

La experiencia me hace sospechar que hoy, al igual que hace diez años nadie me va enseñar ninguna de esas ‘varas de medir’. Lo que sí me ha enseñado la experiencia es que la descalificación personal del rival es un recurso (casi siempre mezquino) que algunos utilizan, conocedores de que sus propios méritos no les permitirán avanzar.

Cómo última estrategia, se lo juegan todo a una carta: el desprestigio del oponente por acoso y derribo.

Me mantengo también firme en la convicción de que el buen criterio impera en la sociedad.


PD. Nunca creo a aquellos que dicen que lo hago todo bien. Nunca creo a aquellos que dicen que lo hago todo mal.
Y menos a aquellos que durante mucho tiempo nunca dijeron que lo hacía mal y desde hace mucho tiempo nunca dicen que lo hago bien.